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LA LITERATURA EN EL SIGLO XVIII
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CLASES DE PALABRAS CORREGIDAS, 2ºESO

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miércoles, 7 de junio de 2017

MIGUEL DE UNAMUNO: "San Manuel Bueno, mártir"

LA LITERATURA EN EL SIGLO XX. LA GENERACIÓN DEL 98

MIGUEL DE UNAMUNO. “SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR”


Unamuno escribió San Manuel Bueno, mártir en noviembre de 1930. La edición definitiva apareció en Espasa-Calpe en 1933 
Algunos datos permiten afirmar que Unamuno había estado pensando desde hacía años una novela cuyo tema fuera el de un sacerdote que había perdido la fe. Sin embargo, no será hasta después de determinadas lecturas y visitas a ciertos lugares (como se verá después) cuando consiga dar cuerpo novelesco a esta idea. 
Curiosamente, la novela considerada más autobiográfica (en el sentido de autobiografía espiritual: «tengo la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida»; prólogo de 1932) se inspira en otras fuentes. Pero esto «nada prueba contra su objetividad, su originalidad» (que dice Unamuno en el epílogo, refiriéndose al «manuscrito» de Ángela). Además de las fuentes señaladas sobre el lago y la leyenda de la villa sumergida, Unamuno ha tenido en cuenta una novela italiana: El santo (1905-), de Antonio Fogazzaro (1842-1911). Fogazzaro era un católico convencido que, como Lázaro en los primeros momentos de su “conversión”, intentó conciliar su fe con las ideas de progreso social y científico. En la novela citada, el escenario (Vasolda de Lugano y su lago) está tomado de la misma leyenda en su versión italiana. El protagonista también está asistido por dos hermanos. Pero la obra de Fogazzaro no tiene el espíritu de la obra unamuniana. 

  1. LOS PERSONAJES Y LOS TEMAS
Don Manuel, por sobrenombre Bueno (como Alonso Quijano antes y después de ser don Quijote; es decir, cuando está “en su sano juicio”, cuando no “sueña”) , párroco de Valverde de Lucerna, es el personaje central de la obra. La novela se organiza en torno a su lucha interior y su comportamiento para con el pueblo. La clara contradicción (o, si se quiere, agonía) que se manifiesta entre estos dos aspectos de su personalidad, hace que podamos considerar al personaje como la personificación de la suprema paradoja unamuniana. Esta contradicción, asumida por el personaje y funcionalmente operativa como motor de toda la trama novelesca, se produce por la voluntad de vivir como creyente y la imposibilidad de creer. Personaje y vida agónicos: la vida la siente el personaje como un continuo combate «sin solución ni esperanza de ella» entre la realidad y su deseo, entre la razón y la fe; y, aceptando como única verdad sólida el amor al semejante (es decir, la caridad), imponiendo esta verdad sobre todas las demás verdades en su conciencia («aunque el consuelo que les doy no sea el mío»). 
Razón y fe: verdad frente a vida. Éste es, sin duda, el tema central sobre el que se construye toda la novela. Don Manuel no es creyente, pero actúa como si lo fuera, y comunica al pueblo la fe que él no tiene o, según las palabras finales de Ángela, que cree creer que no tiene. En numerosas ocasiones a lo largo de la novela se establece el paralelismo, cuando no identificación simbólica, entre don Manuel y Cristo. Los dos tienen el mismo nombre: Manuel (o Emmanuel), que en hebreo significa “Dios con nosotros”. Aplicado ese significado a la figura del sacerdote parece querer indicar que su presencia entre el pueblo de Valverde equivale a la de Cristo entre los hombres. Efectivamente, esta identificación alcanza su sentido pleno en la secuencia en la que don Manuel le pide a Ángela que rece «también por Nuestro Señor Jesucristo»: al llegar a su casa, ésta recuerda las palabras «de nuestros dos Cristos, el de esta tierra y el de esta aldea». 
Por último, debe tenerse muy en cuenta la confesión de don Manuel a Lázaro, que éste cuenta a su hermana después de la muerte del sacerdote: «creía [don Manuel] que más de uno de los más grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida». Naturalmente la referencia es Cristo[8]. Con ello, se pretende destacar la naturaleza humana de Cristo sobre la divina, en la que don Manuel no creía, que queda subrayada por la interrogación «¿Por qué me has abandonado?», que para don Manuel vendría a significar la pérdida de la fe del mismo Jesucristo. 
En varias ocasiones se hace referencia en la novela a la figura de Moisés: él condujo a su pueblo hacia la tierra prometida, aunque murió a sus puertas, sin llegar a entrar en ella por no haber creído la promesa de Dios. 




ÁNGELA
La presencia de los hermanos Ángela y Lázaro en la obra actúa como dos polos contrapuestos que van acercándose a la figura central de don Manuel. Ángela parte de una fe firme. Lázaro, como veremos, desde el ateo convencido que es, además, anticlerical. 
En cuanto a Ángela, la etimología de su nombre nos pone en la pista de una de las funciones que desempeña en la novela. “ángel” proviene del griego “ánguelos”, que significa “mensajero”. Uniendo el prefijo “eu-” formamos “evangelista” ; es decir, “el buen mensajero” , “el mensajero de la buena nueva”. Ángela narra la vida de un hombre al que se pretende beatificar. Es, pues, su “evangelista”, la transmisora de la “buena nueva” de la vida del santo. 
Las distintas funciones que desempeña este personaje han sido muy bien destacadas por Ricardo Gullón: 
v      Mensajera o evangelista: tal como explicamos más arriba. 
v      Narradora: como tal aparece desde el comienzo. No omnisciente, sino limitada a lo conocido por su experiencia. Se dirige a un lector indeterminado («sólo Dios sabe, que no yo, con qué destino...»). 
v      Testigo: refiere lo visto y oído, formando ella misma parte de lo narrado. Pero también refiere lo sentido, incorporándolo a su testimonio. Así, lo objetivo de su narración se mezcla con lo subjetivo. Además (v. § 5.4.2.), su narración tiene lugar mucho después de los hechos ocurridos, con lo que sus recuerdos mezclan sucesos en el tiempo y no le ofrecen garantía de objetividad: «y yo no sé lo que es verdad y lo que es mentira, ni lo que vi y lo que sólo soñé —o mejor lo que soñé y lo que sólo vi—, ni lo que supe ni lo que creí [...] ¿Es que sé algo?, ¿es que creo algo? ¿Es que esto que estoy aquí contando ha pasado y ha pasado tal como lo cuento? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño?».
v      Ayudante: como personaje que no sólo participa de lo narrado, sino que interviene como parte activa en ello: «le ayudaba en cuanto podía en su ministerio». 
v      Confesante y confesora: Al comienzo de su relato, declara que quiere que su narración lo sea «a modo de confesión», con lo que su punto de vista, si no objetivo, se supone que parte de la sinceridad, de querer contar lo que se cree que es la verdad. También nos cuenta su papel de confesante con don Manuel en el sacramento de la confesión. Pero este papel de confesante poco a poco se va invirtiendo («volví a confesarme con él para consolarlo») para convertirse en confesora de don Manuel, hasta llegar el momento en que, tras escuchar la “confesión” de Lázaro, conociendo ya el secreto de don Manuel, vuelve al tribunal de la penitencia. Y en ese momento es ella la que hace la pregunta fundamental a don Manuel: «¿cree usted?». De donde, y después de la tácita respuesta negativa, se deriva la petición del sacerdote: «Y ahora, Angelina, en nombre del pueblo, ¿me absuelves? [...] —En nombre de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, le absuelvo, padre.» 
v      Hija-madre del protagonista. Ya hacíamos mención a la relación paterno-filial o materno-filial de los personajes de Unamuno. Como hija, don Manuel es su «padre espiritual», padre de su espíritu, en el sentido de formarlo. Pero, conforme va introduciéndose en los recovecos del espíritu del sacerdote, va transformándose y adaptándose a su nuevo papel: «Empezaba yo a sentir una especie de afecto maternal hacia mi padre espiritual; quería aliviarle del peso de su cruz de nacimiento». Y del momento en que acabó de confesar al sacerdote, escribe: «Y salimos de la iglesia, y al salir se me estremecían las entrañas maternales.» 


El simbolismo de este nombre resulta bien claro: Unamuno lo escogió para recordar al Lázaro del Evangelio, a quien Cristo resucita. Don Manuel “resucita” el espíritu de Lázaro a su “fe” , para su “religión”. 
Su reacción inicial al conocer y oír a don Manuel es de asombro desconfiado: «no es como los otros , pero a mí no me la da; es demasiado inteligente para creer todo lo que tiene que enseñar»; «¡No, no es como los otros —decía—, es un santo!». Pero es precisamente porque don Manuel sabe que Lázaro no se dejará engañar por lo que le confesará la verdad que le atormenta Y le convencerá también de que al pueblo hay que dejarle en paz —en fe— para que viva feliz; incluso manteniéndole en sus creencias supersticiosas que para ellos, los del pueblo, son verdaderas manifestaciones de su religiosidad. 
Con Lázaro se introduce en la novela un nuevo tema: el de si es útil (para la felicidad del pueblo) preocuparse de los problemas sociales


Blasillo representa el grado máximo de la fe ciega, inocente, que don Manuel (y, según acabamos de ver, el último Unamuno) desea y predica para su pueblo. El personaje está tratado con gran cariño. 
Cuando don Manuel muere, Blasillo muere. De esta forma, se culmina simbólicamente la identificación del pueblo con su párroco



  1. EL ESPACIO: VALVERDE DE LUCERNA: EL PAISAJE y SU SIMBOLISMO

Ya hemos dicho (§ 4.2.4.) que ésta es la única novela —si exceptuarnos Paz en la guerra (1897), en la que el escenario es real
Unamuno utiliza la leyenda de la ciudad sumergida en una doble intención simbólica: 
Por una parte, es símbolo de la intrahistoria del pueblo. Representa el recuerdo de los muertos de la aldea, de los antepasados que hicieron posible la vida que hoy tiene el pueblo. Para Unamuno, los muertos forman parte de la existencia de los vivos, viven en ellos. Eso es lo que se nos quiere decir con la leyenda del sonido de las campanas de la aldea sumergida, que ellos pueden escuchar. Para el pueblo, el lago azul refleja el cielo de la vida eterna prometida, vida eterna de la que ya gozan los antepasados. 
En segundo lugar, la leyenda de la villa sumergida en el lago tiene un simbolismo distinto en el plano individual de la conciencia del protagonista. No se nos dice de forma explícita, al describirlo físicamente al comienzo de la narración, que sus ojos sean azules, sino que «había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago». Más adelante, y utilizando nuevamente el lago como término dé comparación, sí se dice: «Leí no sé qué honda tristeza en sus ojos, azules como las aguas del lago», uniendo este rasgo a un estado interior cuyo origen todavía no puede explicarse. Obsérvese que esto lo escribe la narradora al contar cómo ella había expuesto al sacerdote sus dudas sobre la existencia del infierno. Este lago —insistamos: el de la villa sumergida de los antepasados muertos— refleja el azul del cielo en los ojos azules de don Manuel, que no cree en él. Por esto la tentación del suicidio, que dice haber heredado de su padre —o la equivalente de «dormir, dormir sin fin, dormir por toda una eternidad y sin soñar», que dirá después, al llegar su hora— es mayor a orillas del lago.
A partir del lago surgen otros símbolos. La montaña, símbolo de la fe firme del pueblo, se eleva hacia el cielo. Sus nieves blancas son como agua quieta fuera del tiempo, símbolo de la vida eterna en que confían los habitantes de la aldea. Pero, para don Manuel, el mayor misterio es el de «la nieve cayendo en el lago y muriendo en él mientras cubre con su toca la montaña». El misterio de la nieve es el misterio de la fe: para unos, firme; para él, diluida en la conciencia de la muerte. 
Y un último detalle: «llevaba la cabeza como nuestra Peña del Buitre lleva su cresta». Recuérdese que ya en 1910, en su soneto titulado A mi buitre (v. § 4.3.) utiliza éste como símbolo de la angustia existencial. 

  1. EL TIEMPO
Valverde de Lucerna no es un lugar histórico, sino intrahistórico, como lo es el tiempo en que transcurre la acción. Ésta no tiene lugar hoy, ni lo tiene ayer, sino que se va desarrollando en un tiempo que está fuera de esas coordenadas temporales. Un tiempo al que podríamos llamar siempre. 
El relato está enmarcado por la palabra ahora: 
Ahora que el obispo de la diócesis de Renada, a la que pertenece esta mi querida aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se dice, promoviendo el proceso para la beatificación de nuestro don Manuel [...].
Y al escribir esto ahora, aquí, en mi casa materna, a mis más de cincuenta años [...].
El tiempo de la novela transcurre entre esos dos momentos (que en realidad son el mismo) tan inconcretos. Esta inconcreción temporal se ve reflejada además en el uso frecuente del pretérito imperfecto, que no da referencia temporal precisa, sin indicar tampoco el final de la acción, situando al lector en su desarrollo. De esta forma los hechos narrados —exceptuando lógicamente los que son imprescindibles para entender la trama argumental— parecen desarrollarse en ese largo e impreciso transcurso temporal al que hemos llamado siempre. De don Manuel se dice que trabajaba, solía hacer, se interesaba, solía acompañar, hacía, consolaba, decía... 
Así, observamos las acciones de don Manuel como algo cotidiano, que no se realiza en un momento concreto, sino frecuentemente, adquiriendo de esta forma el carácter de ejemplaridad. 


Unamuno pretende distanciarse de lo narrado escogiendo a Ángela para que sea ella la que cuente la historia. Unamuno podía haber utilizado distintos procedimientos para escribir la novela. Podía, por ejemplo, haber utilizado un narrador omnisciente y haber narrado en tercera persona, que es el modo tradicional de la narración. Sin embargo ha acudido al punto de vista del narrador-testigo (narradora, en este caso). 
Hablamos de perspectivismo porque no conocemos al protagonista de una forma “objetiva”, sino a través del punto de vista de la narradora que, además, escribe en un tiempo alejado de los hechos, en que, como hemos visto, la memoria nivela los hechos recordados. También hay que tener en cuenta que en numerosas ocasiones ella cuenta hechos que le fueron narrados, a su vez, por otra persona (bien su hermano Lázaro, bien alguien indeterminado —«se decía que...»—). O bien, Ángela cuenta que su hermano le contó que don Manuel le dijo que... 
Además, el hecho de que haya dos modos de concebir la realidad tan distintos como el del creyente y el del no creyente (decimos modos distintos de concebir la realidad en cuanto a que esa realidad de la que se habla es fundamentalmente la realidad existencial de los personajes principales) ofrece una doble perspectiva. Antes de morir, Lázaro, por ejemplo, ofrece su visión no creyente de la “verdad”: la religión y, con ella, la fe en una vida perdurable son una ilusión en la que hay que mantener al pueblo. Ángela encuentra una solución creyente a su “verdad” 
Unamuno ha elegido, como acabamos de decir, la forma narrativa del narrador-testigo para distanciarse de lo narrado y no comprometerse. Sólo habla al final para comentar la ficción del manuscrito encontrado (que ya utilizara, por ejemplo, Cervantes en el Quijote) y decir únicamente lo que él cree que hubiera ocurrido en caso de que don Manuel hubiera revelado su secreto al pueblo. Salvando el juicio moral sobre su personaje, deja en libertad al lector, aceptando de antemano las múltiples lecturas que pueda generar su obra.


ENLACE AL EXAMEN Y LOS ESQUEMAS:


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